Gabriel nació el 12 de abril del 2014 y el parto fue una experiencia intensa y maravillosa. Antes de continuar, quiero agradecer muchísimo al equipo de DONA LLUM su acompañamiento y no solo por toda la valiosa información que me aportaron, sino también y sobre todo por ayudarme a creer en mi poder y a confiar en mi cuerpo.
Comencé a notar contracciones fuertes un viernes hacia las 9 de la noche, cuando aparecían no podía estar sentada y cada vez las iba sintiendo con más frecuencia. Teníamos claro, Pere y yo, que iríamos al hospital lo más tarde posible para intentar llegar muy dilatada. Pere estuvo apuntando durante una hora y media la frecuencia y duración de las contracciones, hasta que llegó un momento que nos dimos cuenta que no tenía mucho sentido, pues se iba repitiendo el mismo patrón con pequeñas variaciones.
Hacía las 2 de la madrugada, me di cuenta que había sangrado un poco y no sabía hasta qué punto era normal. Pensaba que podía ser del tapón mucoso, pero no lo veía del todo claro. Así que nos fuimos a La Maternidad (Hospital Clínic) mucho antes de lo previsto.
La doctora de urgencias nos transmitió mucha tranquilidad. Nos explicó que esa sangre provenía del tapón mucoso y nos indicó que nos fuéramos a casa hasta que estuviera más dilatada. Nos animó mucho al decirnos que estaba casi segura que nos veríamos antes de su cambio de turno, a primera hora de la mañana.
Volvimos a casa y Pere durmió un rato, estaba muy cansado, había trabajado toda la semana muchas horas. Así que estuve sola en el comedor durante unas 3 horas. Probé muchas de las posiciones que me habían explicado en el grupo de preparto para sentir más alivio durante las contracciones y al final desistí. En mi caso, la mejor opción era permanecer de pie cuando venía la contracción.También me puse música. Me ayudaba mucho pensar en el dolor como una ola que llega, alcanza su máximo y después vuelve a marchar.
Hacia las 7 de la mañana, le dije a Pere de volver al hospital, pensaba que debía estar muy dilatada y hasta me preocupaba si acabábamos teniendo el parto en casa. Una vez en el hospital, volvimos a encontrarnos con la misma doctora de urgencias que me informó que estaba dilatada 6.5 cm.
En parte me pareció que estaba muy poco dilatada para el rato que llevaba con contracciones, pero recordaba que me habían explicado que la parte final de la dilatación es mucha más rápida, siempre y cuando puedas estar relajada, claro. Así que, si podía continuar relajada y conectada con mi bebé y con mi cuerpo, quizás los últimos centímetros serían mucho más rápidos.
La doctora me informó que la sala con bañera estaba libre y me alegré mucho. En casa habíamos hablado en varias ocasiones de todas aquellas situaciones que podían pasar una vez ingresada y que me preocupaban. Y aunque habíamos entregado el plan de parto, como no sabíamos quién nos atendería, no nos fiábamos del todo que sería respetado.
Pere tenía la responsabilidad de velar porque me sintiera respetada y con la intimidad necesaria para poder continuar relajada y en sintonía con mi cuerpo. Ambos éramos conscientes que la actitud de las comadronas iba a ser clave, puesto que podían colaborar a que me sintiera segura y capaz o podían desanimarme e invadir mi intimidad.
La comadrona que me acompañó a la sala era muy joven y dulce. Era la que estaba en prácticas. Luego llegó la comadrona responsable, Ana. También era joven y enseguida nos dimos cuenta que su actitud era de respeto y que estaba totalmente en sintonía con nuestra manera de entender el parto. Entré en la bañera hacía las 9. Estar dentro de la bañera me hacía sentir muy protegida y la mayor parte del tiempo estuve con los ojos cerrados, cuando no había contracción el agua me ayudaba a relajarme. El único inconveniente es que no podía ponerme de pie y para mí esta posición era la mejor opción en el momento álgido de cada contracción.
En muchos momentos, estábamos Pere y yo solos en la sala y siempre con una luz tenue. Pasada una hora y media aproximadamente, Ana me dijo que si sentía que era el momento de empujar, podía hacerlo. Ahí me equivoqué, no me di cuenta que aún no era el momento y perdí la conexión con mi cuerpo, recuerdo que intentaba empujar con todas mis fuerzas pero no sabía bien cómo hacerlo y me desconecté de las contracciones, empujaba cuando no tocaba y comencé a coger miedo.
Pensé que no me quedaban fuerzas para que Gabriel pudiera salir y que esto le podía poner en peligro. Afortunadamente, Ana me animaba continuamente, me decía que lo hacía muy bien y que todo iba bien. En su cara no veía preocupación sino tranquilidad y total confianza en mí.
Recuerdo que gritaba y entró otra comadrona que me dijo que estaba perdiendo la fuerza gritando tanto. Ese comentario me hundió por unos segundos hasta que mi comadrona respondió diciendo que lo estaba haciendo muy bien, que gritara todo lo que necesitara, que en mi lugar, no tenía ni idea de lo que ella haría. Esas palabras me devolvieron la fuerza y continué empujando… Al poco, asomó un poquito Gabriel, ¡venía envuelto en la bolsa amniótica!
Pero se volvió hacia dentro y ahí pensé que sí que realmente no podría ayudarlo a salir. Estaba muy exhausta y asustada por si me había equivocado tomando la opción de un parto natural. Nuevamente la comadrona me ayudó a recuperar la confianza, me dijo que estaba a punto de salir, que solo era cuestión de uno o dos empujones más.
La creí y después de apretar un poquito más, Gabriel salió y las comadronas lo cogieron del agua y me lo dieron al instante. Recuerdo que abrió los ojos y movía sus manitas juntitas. Eran las 11:03. Me sentía la mujer más feliz del mundo. Estaba maravillada mirando y sintiendo a Gabriel. Pere también estaba maravillado.
Había estado todo el rato detrás de mí, sentir tan cerca a Pere me había dado mucha seguridad y en la parte final creo que casi le provoqué una contractura de cuello mientras apretaba. Luego me contó que no había pasado miedo, había sentido que todo estaba bien en todo momento. ¡Muchas gracias por venir con nosotros Gabriel!