Naixement de Mercè – Part de natges


Mercè estaba de nalgas en la ecografía de las 20 semanas, lo cual es normal. Lo seguía estando a las 28 semanas, lo cual tampoco me preocupó demasiado, pero a las 34 semanas lo seguía estando, y a las 36… Estuve aplicando moxibustión, me hice acupuntura, shiatsu, posturas… Ya sabéis, todos esos trucos para que se giren, pero nada.

Fui por dos veces a intentar una versión externa, la primera en la Maternitat me dijeron que no había sitio para girarla y que tenía una bandolera de cordón umbilical y según ellos poco líquido amniótico (aunque en el informe pone que la cantidad es normal), y ni quisieron probar, recomendándome cesárea programada en la semana 38. Salí de allí igual que entré, sabiendo que a mí no había quien me hiciera una cesárea PROGRAMADA simplemente porque la niña estuviera de nalgas. La segunda vez que fui a probar la versión externa tampoco pareció que fuera a ser fácil, y al final decidimos no intentarlo.

Entretanto anduve buscando un centro donde me hicieran una cesárea el día que me pusiera de parto y que me permitieran dilatar un tiempo para beneficiarme y beneficiar a Mercè con hormonas y endorfinas. Alguien me habló de parir de nalgas y esa primera vez que me lo planteé la verdad es que me dio algo de miedo. Pero me fui informando y me sugirieron probar con una obstetra, fuimos a verla y salimos contentos y dispuestos a intentarlo. Me dio seguridad, aunque suponía aceptar una serie de intervenciones que en otras circunstancias no hubiera aceptado, y aun sabiendo que con otros ginecólogos no son necesarias, como epidural, oxitocina, litotomía, episiotomía… Pero sólo en el expulsivo. Todo eso podría esperar a que estuviera prácticamente dilatada. No era un parto ideal pero decidí que me sentía más segura aceptando su forma de trabajar, que mucho ganaba ya con poder parir vaginalmente, y ante todo me aterraba que tuvieran que dormirme completamente si las cosas se complicaban.

Por otro lado tenía claro que quería llegar a la clínica lo más tarde posible, lo justo para que mi obstetra tuviera que intervenir. Mireia, comadrona, me comentó que le gustaría estar presente en el parto y se me ocurrió que me iría genial que ella me acompañara en la dilatación en casa, así que llegamos a un acuerdo y así quedamos.

En ese momento por fin pude relajarme. Podría estar prácticamente todo el parto en casa con una comadrona respetuosa y que me da total confianza, y acabaríamos el parto con alguien con experiencia y que me daba seguridad. Siempre podía haber complicaciones y acabar en cesárea, pero al menos lo habría intentado.

El 19 de junio a las 9 de la noche José se preparaba para ir a trabajar. Estábamos hablando cuando de pronto noto que mojo las braguitas. Enseguida ambos pensamos que probablemente fuera una fisura alta de la bolsa, me preguntó qué hacía y le dije que se fuera, que si veía que lo necesitaba ya lo llamaría. Las aguas eran limpias. Pensé que estaría más tranquila así, llamé a Mireia para informarla y decidí relajarme, a ver si por lo menos comenzaba el preparto. Algunas contracciones hubo, pero por la mañana me desperté y me di cuenta de que todo se había parado y que no había parto por ahora. Hablé con Mireia y acordamos una cita con el acupuntor para ver si le dábamos un empujoncito al parto. También me hice con aceite de ricino. Saliendo de la sesión de acupuntura y habiendo comprobado Mireia en un momentito que el corazón de Mercè estaba estupendo, fuimos a tomar una merendilla. Conforme íbamos para casa fueron apareciendo contracciones. No sé ni la frecuencia ni duración, sólo empezaban a ser algo molestas y yo estaba convencida de que era preparto. Al llegar a casa me tomé el aceite de ricino.

peusLas contracciones continuaron, se fueron haciendo algo más seguidas y largas, pero seguía sin querer contarlas, pensé que me pondría nerviosa. De pronto empecé a sentir retortijones y fui al lavabo; el aceite de ricino hacía su trabajo, tanto en los intestinos como en el proceso del parto. Bueno, o el propio parto sin más. A partir de entonces ya José anotaba la hora de la contracción y su duración.

Llegó un momento en que las contracciones eran más intensas, y pedí una almohada. Me abrazaba a ella fuerte cada vez que sentía dolor. Probamos también que José se arrodillara delante de mí para abrazarme a él, pero no estaba cómoda. Y él tampoco mucho, la verdad.

Decidí meterme en la bañera, así que pusimos agua calentita y entre contracción y contracción eso era gloria, pero cuando venía una no me sentía nada bien y tenía que ponerme de pie. pero para descansar era maravilloso. Pero tras unas cuantas veces ya estaba harta de entrar y salir corriendo, y preferí ir a la cama para tumbarme entre contracciones. En  todo ese tiempo desde que nos fuimos al lavabo, las contracciones iban siendo de entre 1 minuto y 3, me sorprendió cuando me lo dijo, ya que yo me concentraba en la contracción y no tenía noción del tiempo. Además aunque no eran muy regulares, eran cada 3-6 minutos, excepto el rato de la bañera en que se habían espaciado a 8 minutos, y ya eran de una intensidad considerable. Le comento a José que llame a Mireia, que estoy convencida que esto ya es parto, a ver qué le parece y que venga si ve que es el momento. La llama, le explica un poco, me pasan el teléfono y Mireia me entretiene para que me llegue una contracción (eso me lo explicó días después) y escucharme, pero cuando me viene la contracción le pasé (prácticamente se lo lancé) el teléfono a José para levantarme y andar, mover las caderas… que es como mejor llevaba el dolor, y escuchaba cómo José le relataba a Mireia lo que iba haciendo.

Quedan en que viene para aquí, y no sé si esto me dio confianza, supongo que sería eso, que las contracciones se fueron haciendo más intensas, largas y seguidas. Podía estar 3 minutos en una contracción, y cuando parecía que llegaba a su fin, ¡empezar la siguiente! Aquello me descolocaba. Pensaba en que si cuando me mirase Mireia me dijera que estaba poco dilatada me moría, pero vaya, que no hubiera sido ni la primera ni la última.

La espera a la llegada de Mireia se me hizo eterna, necesitaba saber cuanto había avanzado, en qué punto estaba. Siempre me había imaginado que tendría un parto largo en que las fases se irían siguiendo una a otra, pero llevaba apenas unas horas, que se me habían pasado rápidamente, y estaba siendo muy intenso.

A las 4 llega Mireia, el corazón de Mercè late muy bien, me hace un tacto. Intento imaginarme qué encuentra mientras me lo hace, y espero casi con miedo la información. Me dice que estoy de 6 cm. Guau, ¡¡es más de lo que esperaba!! Siento que hay mucho hecho ya. Le explico que las contracciones son muy seguidas, que no llevo muy bien el no tener pausas Me dice que estoy teniendo contracciones muy buenas que hacen que el cuello se vaya dilatando más. Digo que quiero meterme en la bañera a ver si de nuevo se espacian. Efectivamente paso algún minuto de gloria en el que mi cuerpo se puede relajar y casi me olvido de la fuerza con la que mi útero se estaba contrayendo continuamente, sin darme tregua. Pero de nuevo, cuando llegan las contracciones he de salir de la bañera corriendo, y decido no entrar más. Descanso un rato sentada en la taza.

Recuerdo que no fui consciente de sentir el efecto de las endorfinas. Imaginaba que a la altura de cuando llegó Mireia yo ya debía sentir cierta sensación de estar drogada, que sentiría el dolor como en otro plano dimensional, o yo que sé. Pero no sentía nada parecido a estar en otro planeta. Se lo dije a Mireia, ¿per donde están mis endorfinas?? Sentía que las necesitaba y no aparecían, me sentía como estafada por mi propio parto.

Pero por otro lado tenía la ventaja de que no sentía ningún miedo, sabía que el dolor me acercaba al final, que cada contracción hacía un trabajo excelente. Intentaba controlarlas con la respiración, pero llegaba un momento en que solo era capaz de respirar rápidamente. Mireia me dijo que respirara despacio o la contracción no acabaría, y efectivamente, empecé a respirar despacio y desapareció más rápidamente, así que una vez pasado el pico de cada contracción, en los que prácticamente me echaba a llorar por  segundos, sin que diera tiempo de que las lágrimas salieran, procuraba respirar despacio para que la contracción no se hiciera interminable

Mireia me recomienda ponerme a 4 patas y apoyarme sobre unas almohadas, lo hago y por unos minutos de nuevo descanso, como en la bañera, me olvido de que estoy pariendo. Pero de nuevo viene una contracción que me hace levantar corriendo, y ya no quiero volverme a colocar, me molesta mucho tener que saltar de esa manera de la cama, prefiero esperar las contracciones de pie.

Le digo a Mireia que mire como estoy pero me dice que es muy pronto. Yo no tenía ni idea del  tiempo que llevaba desde que había llegado, pero me parecía mucho. La idea de ir a la clínica a que me pongan la epidural empieza a rondarme por la cabeza, pero no digo nada, con la esperanza de que en algún momento Mireia me dijera que me hacía un tacto y me anunciara que había llegado el momento del traslado. Total, ya estaba acordado que me la iba a poner…

Sigo sobrellevando las contracciones sin obedecer a mis pensamientos, sin oponerme, simplemente buscando la manera de llevarlo mejor.

Empiezo a pasearme por el piso, buscando un sitio que me hiciera más llevadera la situación, a mi paso iban apagando las luces. En algún momento pedí sandía para refrescarme entre contracciones, apenas me daba tiempo a llevarme un trozo a la boca que tenía que masticar corriendo porque la contracción aumentaba y me molestaba notar algo en la boca, me daba miedo atragantarme.

De pronto decido que no puedo seguir más sin apenas pausas, que necesito un descanso, le digo a Mireia que ya me quiero ir, y me hace un tacto. Me informa que estoy ya de 7-8 cm, son las 5 de la mañana, había pasado sólo una hora desde que estaba de 6, lo cual no dejaba de ser positivo. Mireia dice que es buen momento para el traslado. ¡Por fin! Me meto en el asiento trasero del coche, pruebo diferentes posturas, la que mejor me va es ponerme de rodillas mirando hacia atrás y abrazarme al apoyacabezas. Durante el traslado las contracciones se espaciaron (afortunadamente), pero resultaban difíciles de soportar. Creo que en todo el camino tuve unas 4 o 5. Yo miraba por las ventanas intentando saber cuando faltaba para llegar.

Llegamos a la clínica, salgo del coche, creo que eran las 5.30. Digo en la entrada que vengo de parto, me dicen que sí, que está claro (amablemente). Me mandan con José al ascensor, planta 7ª creo. Allí me hacen ir a una sala de espera donde sigo andando y moviéndome y sobrellevando contracciones, pensando que dentro de nada todo eso acabaría. Por fin me llaman, le digo a la chica, creo que era auxiliar, que vengo de 8 cm, que el bebé está de nalgas y que me tiene que atender mi obstetra. Me preguntan cómo sé que estoy de 8cm y contesto que he tenido una comadrona en casa. Me preguntan cómo sé (o desde cuando, no me acuerdo bien) que está de nalgas, si Carmen está avisada, intento ir respondiendo, cada vez me siento más incómoda. Me piden que me tumben en una camilla para hacerme un tacto, estoy en una contracción y le digo que no puedo, y me dicen que me tengo que tumbar. En condiciones normales le hubiera dicho que no, pero en ese momento me sentía pequeña y vulnerable, y me tumbé sin rechistar, muerta de miedo de que me viniera una contracción fuerte y no pudiera moverme. Por suerte no fue así, y anuncian que me encuentro dilatada de entre 8 y 9, dilatación casi completa, dicen. Empiezan a preguntarme por qué llegaba tan tarde, como si fuera algo malo. Ahí yo tenía claro que estaba muy satisfecha de haber llegado en ese momento así que sus comentarios al respecto tampoco me afectaron mucho.

Entonces me dicen que me tienen que rellenar unos papeles, me preguntan el nombre y el apellido, y como el apellido es raro, que como se escribe. Intento decírselo pero no me entiende, se lo tengo que repetir varias veces, cada vez más desesperada, más incrédula. Miro a Mireia como diciéndole ¿te lo puedes creer? Y me responde con una mirada de comprensión y un mensaje de que aquí no puede hacer ya nada. Me piden la última analítica, le doy un sobre y le digo que está ahí, me dice que no, que sólo la última. Estoy a punto de llorar, ¿tengo que ponerme a buscar una analítica concreta en el sobre? ¿yo? ¿ahora? Creo que fue de los peores momentos del parto, me sentí tan incomprendida, tan poco respetada. En ese momento llega José, que había ido a por otra maleta ya que le pedían que si la ropa de la niña, que si el arrullo. Le pido que busque la analítica, que yo no puedo, y él pide que ya no me pregunten más, que él responde lo que haga falta. Mireia abre una puerta que resulta ser el lavabo, corro a meterme dentro y me cierra la puerta. Allí por fin me siento liberada de una situación que me está siendo insoportable.

Pocos minutos después escucho que es hora de ir yendo al paritorio, vamos hacia allí, voy andando sin parar y balanceándome. Sin duda las contracciones han disminuido. De nuevo me piden que me tumbe, digo que no puedo en ese momento, esta vez me dicen que cuando yo me vea capaz. Me tumbo, me ponen la vía, rezo por no tener una contracción muy fuerte, y por suerte viene alguna pero no muy dura. Al rato ya vienen a ponerme la epidural, me dicen que me siente y agache la cabeza, de nuevo miedo a una contracción, pero la que viene también es soportable. Una vez la epidural está puesta, me tumbo y no hay ninguna contracción más. Me noto muy descansada. Al poco entran José y Mireia vestidos de verde, me animan.

Carmen, mi obstetra está avisada, tarda un rato en llegar. Cuando llega me colocan las perneras, no sé si antes o después, me ponen la correas. Mireia va grabando con la videocámara.

Me pregunta Carmen si noto contracciones, pero yo no noto nada. El registro apenas marca contracciones, cuando las marca me dice que empuje. Me resulta difícil y absurdo empujar con una parte del cuerpo que no noto, pero lo hago poniendo caras. Carmen me indica que intente no hacer fuerza con la cara. Me señala hacia donde empujar (algo de sensibilidad sí tenía), y ya me resulta más fácil. El culete de Mercè ya va bajando, me dicen que empujo muy bien. La nena se hace caca. Cuando ha bajado suficiente, ponen paños estériles, desinfectan la zona, preparan el material… Me ponen oxitocina para que haya más contracciones y Mercè no levante la cabeza, lo que dificultaría el expulsivo. Me indican las contracciones para que vaya empujando. Al final me quitan la correa y es la comadrona la que pone la mano en la barriga para avisar de las contracciones. El culete empieza a asomar, José va dando viajecitos y me va explicando lo que se ve. Seguimos esperando entre contracciones y empujando cuando las hay. En el paritorio hay la tira de gente, pero en ese momento no me importa, sólo pienso en que todo salga bien, y total, ya me resulta todo tan artificial… sentía que el parto había acabado, ahora faltaba el trámite final, la salida de mi bebé.

Lo siguiente que escuchaba yo era que, conforme iba empujando con las contracciones que me indicaban, iban comentando lo que se veía. Veo a Carmen coger las tijeras y escucho el sonido de mi periné siendo cortado. Pienso: ya está, episiotomía hecha, y pienso en los días para dejar de sentirla, en una cicatriz que quedará ahí para siempre. Mireia me dijo que Carmen las cosía muy bien y no me daría muchos problemas, y la verdad es que he pasado días muy malos, pero hoy, 10 días después, todo va mucho mejor.

Voy escuchando que ya han salido las piernas, pienso en que todo el mundo disfruta del espectáculo excepto yo, escucho que Carmen dice que ya la tiene, siento tracción dentro de mi, como partes del cuerpo de Mercè van saliendo, me pregunto si son los hombros, si ya es la cabecita. De pronto expresiones más fuertes, Carmen anuncia que ya está aquí y felicita a los presentes. Veo que me la ponen sobre la barriga como si fuera un muñeco de trapo, todo muy rápido. Siento incredulidad, ¡es mi bebé! No sé muy bien qué hacer, sólo la miro y la acaricio. Es preciosa, me sorprendo, no me la imaginé nunca tan bonita. De pronto escucho “llamad al pediatra”, la miro de nuevo y de pronto me parece muy azul y llego a dudar de que esté viva. Me asusto mucho y sólo soy capaz de mirar como la van frotando. Veo que pinzan el cordón y José lo corta. En ese momento no sabía si lo habían dejado latir, Mireia me explicó que lo dejaron más o menos un minuto, y la verdad es que posteriormente se notó en el color de piel que tuvo después, todo el mundo lo ha destacado cuando la ha visto. Carmen me dice que es mejor que la reanimen un poco, que a los bebés que nacen de nalgas les cuesta más recuperarse. En ese momento dejo que hagan lo que sea por tal de que deje de estar azul, aunque antes de que se la lleve por fin oigo unos pequeños sollozos.

Estuvieron unos 10 minutos con ella, poniéndole oxígeno, la vitamina K, aspirándole mucosidades, en fin… tantas cosas que me hubiera gustado ahorrarle tan temprano, pero con ese “llamad al pediatra” era madre vendida, al menos José estuvo con ella, y además era en la misma habitación, yo podía verla. Consigo que no le pongan aún el colirio, para que me pueda ver bien cuando la  pongamos piel con piel. Mireia me decía que ya estaba bien y me animaba. En el vídeo se la oye como va insistiendo en que me lleven a la niña, algo que no tengo palabras para agradecer. Tras pesarla me la traen. Mireia me dice que le hable pero no sé qué decirle, de nuevo sólo sé mirarla y tocarla, además no me siento en suficiente intimidad para decir nada especial. La ponemos sobre el pecho y me mira. Rapidísimo se dirige a la areola y allí se tira un rato probándola y explorándola. Al rato se la llevan de nuevo, con papá acompañándola, para vestirla y ahora sí le ponen el colirio de las narices. Le toman la huella del pie y ya me la devuelven. Y ya no se separó más de mí, excepto cuando José la llevó a que la viera el pediatra.

Ya se fue Carmen, el personal a atender otros partos, al rato se fue Mireia, y estuvimos un par de horas solos los tres en el paritorio, ya que no había habitaciones libres en la planta de maternidad. Allí pudimos mirarla, hablarle y disfrutar de ella en intimidad.

Y así fue mi parto y el nacimiento de Mercè.

Foto de roger_nl a Flickr

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