Compartir mi parto y la bienvenida de nuestra primera hija es un placer y un homenaje a las
personas que me acompañaron en ese camino. Agradecer también a Dona Llum por publicarlo y
darnos voz.
A Amàlia la tuvimos en la casa de partos del hospital Sant Joan de Deu de de Martorell. Un parto
respetado y consciente que empezó raro y acabó -a mi entender- perfecto.
Sobre las 3 de la madrugada del 28 de noviembre empecé a notar unas contracciones mas
dolorosas de lo habitual: estaba en mi semana 40, mas o menos. Salí de la cama y me senté en la
pelota, cosa que normalmente me aliviaba bastante. Al rato fui al baño y noté que salía algo
viscoso y con un poco de sangre. Llamé a Martorell para preguntar (las llevadores tienen un
teléfono 24 horas) y me comentaron que podía ser parte del tapón mucoso. Parecía que mi parto
podría llegar en horas o días. Sobre las 6h de la madrugada, después de intentar descansar sin
éxito, las contracciones ya eran cada 15-20 minutos. Al ir al baño noté como el tapón mucoso
caía, ahora sí, claramente. Realizo la segunda llamada a Martorell. La llevadora me confirmó que
esto estaba en marcha y que avisaba a sus compis que podría ir a Martorell en cualquier
momento, animándome a dilatar todo lo posible en casa. Me recomendó darme un baño
caliente, sentarme en la pelota, recibir masajes, comer algo etc. Desperté a mi chico y
empezamos una animada mañana de preparativos. Desayunamos, y después él salió a comprar
fruta para llevar a la casa de partos, ya teníamos preparada una pequeña bolsa de picnic
(aprovecho para darle las gracias a Juliette de “Yoga con Gracia” por el consejo) con: Barritas
energéticas, zumos, frutos secos, agua de coco y algo de comida para mi chico (de ellos poco se
acuerdan en los hospitales). Sobre las 14h las contracciones eran cada 4-5 minutos y como
teníamos 35 minutos de coche decidimos salir ya para Martorell. Yo notaba que la intensidad de
mis contracciones había cambiado: mientras que las primeras las pasaba respirando, éstas las
podía sortear entonando ritmos vocales (truco que nos dieron en las clases de preparación al
parto de Titània-Tascó). Una vez en el coche, me senté detrás y me puse tres cojines en la zona
del pubis, así no lo llevaba plano (simulando la pelota). Fue mano de santo.
Llegamos a Urgencias del hospital y allí me dieron la noticia: la casa de partos estaba ocupada.
Parecía que en breve se quedaría libre, pero de momento me tenia que esperar en la planta -2
del centro (aún no me ha quedado claro si era la sala de partos del hospital o Urgencias). La
llevadora de guardia me hizo un tacto y me confirmó que estaba de 5-6 cm. El siguiente paso
fueron los monitores (sí, estaba en la zona del hospital y tenía que pasar por estos protocolos).
Me pidieron qué estuviera lo mas “quieta” posible durante 20 minutos para poder escuchar al
bebe. Yo tenia contracciones regulares cada 2-3 minutos y me era imposible estar quieta y
sentada. Pasaba las contracciones como podía apoyada al cuerpo de mi chico, pero aún así me
movía en cada contracción y con ello un pitido terrible avisaba que se perdía el latido del bebe, y
alguien tenía que venir a pararlo. No teníamos agua y mi chico no se atrevía a salir a buscarla
porque no quería dejarme sola; la situación era incomoda y yo me sentía indefensa. En ese
momento tan íntimo me encontraba en un zulo bajo unas intensas luces blancas, flanqueada por
dos puertas correderas que a su vez eran las paredes de aquel lugar y que cada poco pasaba
gente desconocida por ellas. Al rato entró una enfermera para hacerme la PCR del COVID19 y
mientras no llegara el resultado, me dijo que me tenía que esperar allí. Conseguimos apagar las
luces, una pelota y que me quitaran los monitores (lidiamos mucho con el gine de guardia, tardó
en razonar, pero al final accedió, realmente el papel de acompañante es clave en estos
momentos) y la cosa parecía que empezaba a cambiar. Yo me metí en un rincón mirando a la
pared, con mi chico detrás con un ojo en las puertas correderas y otro conmigo, y me concentré
en seguir dilatando.
Habían pasado unas 4 horas desde que llegué al hospital y por fin llegaba el resultado de la PCR
(negativa), y con él, mi traslado a la habitación. La casa de partos seguía ocupada, pero en el
nuevo espacio me sentía protegida. Allí empezó otra dinámica de contracciones, menos
dolorosas, pero súper intensas. La pelota, fiel amiga, ahora me sobraba, pues necesitaba el pubis
libre. En algún momento de mi delirio mamífero, entró la llevadora que asistiría mi parto en la
casa de partos: escuche abrirse la puerta y a mi chico que decía: “¡María!”. EN ESE MOMENTO
TODO CAMBIÓ PARA MI. Salí de mi escondite (me había atrincherado detrás de la puerta del
baño), y la ví. María es una de las llevadoras que impartía el curso de mapaternidad de Titania-
Tacó que habíamos hecho unas semanas antes (muy recomendable, por cierto), quien por
carambolas de la vida había empezado hacía poco a trabajar en Martorell. Ese día, su turno en el
hospital era también mi turno, y tras confirmarnos que la casa de partos ya estaba libre, nos
indicó que tan pronto la hubieran recogido podríamos entrar.
Sobre las 22h, entramos en la casa de partos. Mientras la bañera se llenaba, me senté en el
taburete de partos. Miré el lugar y me pareció mágico: la energía, el olor, la luz, el silencio, la
suavidad en el ambiente…todo estaba dispuesto para conectar con mi cuerpo. Sentada, rompí
aguas y seguidamente vomité varias veces. Buena señal, me dijo María. La llegada de Amàlia se
acercaba. Notaba que yo ya no era yo, y sin quererlo mi cuerpo empezó a empujar, a gritar y a
buscar la sabiduría ancestral que atesoramos en nuestro interior. Entré a la bañera y noté que el
agua me quemaba (aunque su temperatura era 37ºC, la adecuada para el expulsivo, para mi era
imposible meterme). Gracias a la ayuda y técnica de María y Eunice (una enfermera
MARAVILLOSA que acababa de llegar y que se incorporaría al equipo) finalmente pude
sumergirme. Una vez dentro del agua, en cada contracción, me colgaba de unas sabanas del
techo que me habían puesto, gritaba y empujaba. Poco a poco, mi hija iba bajando tímidamente,
pero pasado un buen rato, empecé a desfallecer. Sabiamente María y Eunice me propusieron
cambiar de sitio y hacer un “reset”. Elegí el taburete de partos y volvimos a empezar: con cada
contracción, me colgada, gritaba y empujaba, pero el expulsivo no avanzaba. Comí algo, bebí
mucho y dejamos que mi cuerpo decidiera qué hacer: me levanté para caminar por la sala de
partos, probé a tumbarme en la cama (sin éxito, me dolía mucho) y regresé al taburete de partos.
Ese sería el lugar. Ya habían pasado varias horas y mi cansancio y mi miedo al dolor de traspasar
el llamado “aro de fuego”, me estaban poniendo muy difícil sacar a Amàlia…Tras otro buen rato
en el taburete y con dos empujones bien hechos (gritando para dentro, no para fuera),
traspasando el dolor y el miedo (cosa que me costó), recibimos a nuestra hija. Eran las 2:37 del
29 de noviembre. María y Eunice me pusieron a Amàlia en el pecho, y por fin mi chico y yo
pudimos abrazarla por primera vez. El momento fue silencioso, pero en segundos la casa de
partos se inundó de emoción, lloros, gritos y vítores de alegría. Recuerdo que me vino una
sensación de satisfacción que nunca antes había vivido. El resto lo recuerdo como Paz.
Ahora, escribiendo esto solo me sale agradecerles a los tres que me trataran con tanto amor y
cariño. Respetaban mis tiempos y me ofrecían su mirada sin juicio. Fueron mis aliados. Me
acompañaron en el viaje y me ayudaron a seguir. Yo, agotada, en varios momentos tiré la toalla,
y ellos, conociéndome, me la devolvían cada vez y me animaban a no desfallecer. Quiero
agradecerles haberme dado el aliento que casi pierdo por el camino.
Nos quedamos en el hospital 48 horas y el trato del personal fue impecable. Agradecer a las
llevadoras su ayuda con la lactancia y en general a todos por ofrecernos unos primeros días de
vida mapaternal fabulosos.